miércoles, 2 de mayo de 2007

Historias de vida.


Hoy hace un rato comencé a escribir una historia para un trabajo para mañana. En fin, no dejaré aquí el trabajo, sino lo que escribí después. Porque cuando escribía el trabajo entonces se me iluminó la ampolleta y pensé que podría pasar escribiendo toda la noche. Así lo siento todavía. Lástima que tenga que ir a trabajar, jojo.


En fin...


La escena transcurre en una calle olvidada, en donde vive la gente que no puede subsistir. No, no hablamos sobre aquellos que son pobres materialmente, no de los que carecen de condiciones pero que si tuvieran la posibilidad entonces tendrían casas con piscinas y mayordomos. Hablo sobre aquellos en los que su espíritu renace cada día con fuerza, fuerza que sin embargo no les alcanza para vivir. Hablo del poeta.

El poeta vive en un lugar aislado y oscuro. Con una montonera de gatos que acuden a él presurosos para recibir el alimento de tal generoso hombre. Esta rareza de entregar cariño a los animales le ha dado el nombre de brujo además de poeta. Lo que nadie sabe es que se siente tan sólo que necesita hablarle a alguien y a su vez, saber que no es escuchado para sentirse más miserable.

Despierta y lo primero que puede ver es la ventana con algunos de sus vidrios rotos. Entra un poco de frío pero las mantas pueden dejar que él padezca de continuos resfríos. Se levanta y pone la tetera en la pequeña cocinilla a gas para tomar un té. Revisa el pan que está duro y comienza a molerlo para las palomas. Al terminar se sienta sobre la cama deshecha y observa a su alrededor: muros que tienen cierta especie de hongo desconocida para él, un cuadro de Silvio Rodríguez para recordar aquella época en donde cantaba inmensamente feliz junto a sus amigos que hoy son sólo parte de un recuerdo (y no es porque así lo quisiera, sino porque la mayoría había muerto), una fotografía que tenía junto a su novia de aquella misma parte de su vida, Susana. Cómo recordaba a Susana, con su aroma a flores, a hierba continua, con su risa maravillosamente fresca y delicada, con su piel morena que acompañaba a sus bailes perfectamente. Susana, dónde estarías ahora.

La nostalgia es grande y el poeta toma una hoja para poder iniciar el escrito sobre algún poema de amor, de amor para Susana y para todas aquellas que besó, que fueron de él. Pero el poema no sale, el lápiz no escribe y ninguna palabra puede florecer de sus manos hoy. En cambio, el llanto viene de pronto y después de años.

¿Por qué lloras, poeta?

Se llora por el poema que ha muerto, por la vida que está muriendo cada día con mayor rapidez, se llora por la muerte también de cada uno de los suyos, por la tristeza de saber que todo se está acabando y que no hay nada para poder evitarlo… que las cosas están acabando de la peor forma que pudieron haber acabado. Y después de mucho llorar, es entonces cuando el poeta reacciona.

Hay que ir a darle comida a las palomas.







Pd: Nuevamente quiero pedir disculpa por las imágenes, es que las saco de internet.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay que salir a darle comida las palomas que el Viento ayuda en su vuelo.

Hay que traerle al poeta las palabras que se perdieron en con la fresca brisa de su Imaginación.

Devolverle el amor, el amor que Susana dejó en él.